Mes de: turrones, toreros y milagros

Decirlo, casi como que suena a redundancia: de todos los meses del año, el de octubre es el que amalgama mayores significados para la ciudad. Octubre, vaya si lo sabremos, tiene para Lima, olores y sabores propios. Días muy especiales en los que confluyen los temores remilgos de la cultura cristiana, pero también son los señalados días en que éstos mismos cristianos, rinden culto, divinizan, el buen porte y mejor andar de sus mujeres a la vez que se entregan a la sensual degustación de determinados platos y preparados callejeros. ¿O pueden algún limeño imaginar siquiera, las procesionales salidas de la efigie del Señor de los Milagros desprovisto de oloroso acompañante de fritangas, picarones, anticuchos y turrones de Doña Pepa?

Quizás sea esa tan cristiana contradicción, (aunque quizás sería mejor decir católica contradicción) de acompañar el dolor con el placer, lo que otorga tanto grandeza a la religión que mayoritariamente el país profesa. Quiero decir que en esas tenazas contrarias (abstinencia y banquete, recogimiento y fiesta) podrían encontrarse las claves que expliquen la tan arraigadamente católica religiosidad de nuestro medio. Solamente un Dios profundamente comprensivo y humano, podría aceptar como buena esa especie de tan encontrada dialéctica. Octubre, mejor qué ninguna otra fecha, es u n encuentro de esas antípodas; rendir culto a un Cristo dolorosamente sufriente, pero a la vez celebrar el maravilloso milagro de estar vivo. La realidad de la muerte no debe enturbiar lo asombroso del vivir.

Las beatas negras y mulatas, embargadas de sincero dolor, lloran y suplican piedad al Señor de los Señores, pero ese recogimiento no impide (y la práctica ya tiene algunos siglos) que momentos más tarde, las mismas mujeres, luego de aplacar su sed con un vaso de tonificante chicha de jora, se engolosinen con la dulce y confitada masa de un tierno turrón de Doña Pepa. Ese hecho que cualquier creyente calvinista o luterano no dudaría de calificar de herejía o impiedad, en el fondo no es otra cosa que la repetición de un viejo milagro. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, que Cristo, a escasas horas de su martirio y muerte en la cruz, elige una mesa colmada de manjares: cordero, pan y vino, para consagrar y establecer eso que los religiosos han dado en llamar la ceremonia de la Comunión?.

No es pues ninguna casualidad que, adoración al Supremo y regocijo de buen comer coincidan. Pero, dando al César lo que es del César, hay que señalar que esta práctica no es exclusivamente cristiana, la Historia nos enseña que tiene más vieja data. Todos los dioses, desde la más remota antigüedad, reciben un tributo, un sacrificio: lo mejor del rebaño, lo mejor de la cosecha de sus fieles. Y de esas ceremonias de sacrificio y alimento provienen ocupaciones aparentemente tan dispares, pero en realidad consustanciales el uno como el otro, como sacerdote, carnicero o torero. Todos ellos no serían, en el fondo, sino realizadores de una milenaria y venerada ceremonia: la de sacrificar, ofrendar y repartir aquella jugosa sustancia, tan necesaria al organismo, que denominamos carne.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sabes de donde viene el nombre doña pepa??
fue creado por Josefa Marmanillo una mujer que vivia en un fundo algodonero en cañete y a quien todos la llamaban "Doña Pepa"

Antoinett

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